Bajando de la sierra hacia Guayaquil el paisaje es árido. Montañas ya de por sí deforestadas, de fuerte pendiente, cubiertas de vegetación rala, amarillenta, seca, se extienden hasta donde llega la mirada. Hacia arriba, las cimas y el cielo. Hacia abajo, el misterioso mar de nubes, infinito, donde se sumergen las montañas.

Hasta ese punto donde el mar de nubes, en oleadas sucesivas, intenta robar el sol a las montañas, el bosque nublado acompañaba a la neblina o garúa. Ahora sólo quedan unos retales aquí y allá. Abajo, el mar de nubes, también apedazado, deja ver una extensa llanura verde y humanizada, ocupada por cultivos.

La ruta, ya recta y bajo el manto de las nubes, transcurre entre arrozales y puestos de carretera que venden un poco de todo y casi nada. Gente en bicicleta, a pie y todo tipo de vehículos circulan sin cesar. No me parece posible que exista por aquí una reserva ecológica. El conductor del autobús no la conoce, por lo que me tengo que poner a su lado para que nos deje en el lugar preciso y no nos abandone en cualquier lugar. «Reserva Ecológica Manglares-Churute, 1 km»

– Mire, es ahí, queda 1 km… Pare aquí, por favor… Gracias.

Después de completar los trámites de ingreso a la reserva y recoger la información necesaria, decidimos contratar un guía. Con su pick-up nos alejamos de la vía principal entre campos de arroz y cacao CNN-51. Estamos en el callejón costero, la llanura que queda entre la cordillera costera de Ecuador y los Andes. Aquí las montañas están cubiertas de bosque seco tropical primario, toda una joya. Junto con el Parque Nacional Machalilla son los únicos lugares de Ecuador donde se puede observar este hábitat del que apenas queda nada en comparación con su superficie original. Más arriba, por encima de los 600 msnm, se encuentra el bosque húmedo (de garúa o de neblina), en el nivel donde las nubes topan con las montañas y proporcionan la humedad necesaria para el desarrollo de un bosque de estas caracterísiticas, rico en bromelias y orquídeas epífitas.

Ya a pie contemplamos los tonos ocres del bosque seco en verano, salpicado aquí y allá por las manchas verdosas de las palmas y otras amarillas y rojas de los árboles floridos, más muchas otras manchas de árboles con innumerables tipos de frutos, de todos los tamaños y colores, muchos de ellos comestibles: es la época perfecta para la observación de fauna ya que, a parte de la abundancia de frutos, el agua queda mucho más restringida y concentra a los animales.

Atravesamos la cordillera por un punto bajo y al otro lado, ante nuestros ojos, se abre la laguna del Canclón, un espacio llano salpicado por espejos de agua y manchas verdes de todos los tipos, fruto de la vegetación acuática y de zonas húmedas adyacentes. Manglares-Churute es morada de grandes cocodrilos costeros (Crocodylus acutus) de hasta 5 m y 500 kg de peso, boas (Boa constrictor), cerca de 300 especies de aves e incluso mamíferos como el delfín mular (Tursiops truncatus). Pero ante todo es el lugar donde habita el gritador unicornio. ¿Qué se puede esperar de un animal con tal nombre? Es de gran tamaño, con garfios en las alas y un largo cuerno encima de la cabeza. Y un terrible grito.

Anhima cornuta, ese es su nombre científico. Y no es otra cosa que una extraña ave del orden anseriformes (emparentada con gansos y ánades) que se acerca al metro de longitud y llega a los dos metros de envergadura. Como es algo torpe tiene unos grandes y gruesos espolones en las alas (en el carpo), que utiliza como defensa, aleteando y golpeando fuertemente. Y un extraño y largo apéndice de tipo córneo en la cabeza. Es un ave rara, ya que en Ecuador se encuentra en peligro de extinción. Actualmente la laguna del Canclón, lugar que coge el nombre local de esta ave, es el único lugar del Pacífico donde se la puede observar con relativa facilidad. En los lugares húmedos de influencia atlántica (como la Amazonía) el ave no tiene problemas de conservación.

Después de atravesar la cordillera y descender al llano, bordeamos la laguna y vemos repetidamente al canclón desde una distancia relativamente cercana, por lo menos para ver con detalle el extraño apéndice con la ayuda de unos binoculares. Hoy por la tarde, como sucece algunas veces, las nubes de abren para dar paso a un sol abrasador que nos acompaña en la caminata con la laguna a un lado y la sierra, con el bosque seco, al otro. Caminamos hasta agotar el agua, no así la comida, ya que en esta época el bosque provee de frutos de todo tipo de tamaños, colores y sabores que el guía conoce con detalle.

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Paisajes sin la cámara (III): el manglar

Valentí Zapater