Si bien es sorprendente que a escasos metros de la concurrida vía de Guayaquil a Naranjal exista la laguna del Canclón con toda su fauna, no lo es menos, por lo menos para mí, que nada más entrar en el bosque seco tropical, en la falda de la cordillera, nos reciba una familia de monos aulladores negros (Alouatta palliata).
En estos momentos están muy ocupados comiendo fruta y brotes tiernos: aunque no les importa nuestra presencia y nos acercamos todo lo que queremos al árbol donde están, se requiere cierta habilidad para localizarlos, pues están en silencio. Sin embargo esta misma mañana, después de levantarnos, armaban un poderoso estruendo: las voces de los potentes machos permiten comunicarse entre grupos y delimitar el territorio para evitar peleas.
Dejamos atrás los monos y ascendemos lentamente por un bosque de elevada biodiversidad y porcentaje de especies endémicas. Escuchamos con detenimiento todos los sonidos del bosque, intentando indentificarlos: tinamú chico, carpintero guayaquileño, tórtola azul, el extraordinario saltarín barbiblanco y otras muchas especies.
Al llegar a la quebrada vemos que todavía corre algo de agua. Remontándola por su cauce, trepando en ocasiones, el bosque se torna poco a poco más húmedo: estamos en la transición hacia el bosque de garúa. Aparecen plantas epífitas, como orquídeas y bromelias, y abundan más los musgos y los helechos.
Observando con detenimiento en la tierra más húmeda de la quebrada vemos huellas que parecen de ocelote, mapache cangrejero y zarigüeya, así como caparazones y cangrejos de río: aquí alguien se ha dado un buen festín. Ante nuestros pasos saltan decenas de ranitas minúsculas que emiten un fuerte canto que hace que las confunda con un ave.
Ahí estamos, ubicados en las profundidades de esa masa forestal que ayer veíamos desde fuera con colores que van desde el verde intenso de las palmas al ocre y canela de árboles que en esta época no tienen hojas, pasando por amarillentos y anaranjados varios, todo ello amenizado por las manchas de los árboles en flor.
Desde dentro la sensación es diferente, como más fresca. A pesar de ser un bosque seco tropical, caracterizado porque algunas especies pierden las hojas en verano, los diferentes estratos de árboles no dejan pasar mucha luz y proporcionan un ambiente sorprendentemente agradable en su interior.
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