Rí­o y cascada en la Reserva Itapoa. Esmeraldas, Ecuador. River and waterfall in Itapoa Reserve. Esmeraldas, Ecuador

Rí­o y cascada en la Reserva Itapoa. Esmeraldas, Ecuador. River and waterfall in Itapoa Reserve. Esmeraldas, Ecuador

Subo por la empinada cuesta a través de una de las últimas selvas lluviosas tropicales del Pacífico ecuatoriano, concretamente en la Reserva Itapoa. Me paro un momento pues siento un olor. Comento a Mónica y Raúl, no muy convencido, que huelo a algo desconocido pero familiar al mismo tiempo. Raúl me alcanza y me comenta inquieto y emocionado al mismo tiempo que huele como a orina de gato. Camino unos 5 m más y un gran animal, como del tamaño de un caballo pequeño, salta ladera abajo, desapareciendo en menos de un segundo. Al mismo tiempo, 15 o 20 m más arriba, otro animal desaparece entre la espesura. Mientras Moni, espantada, corre camino arriba, Raúl y yo inspeccionamos el lugar en busca de huellas. Por el olor a felino y el tamaño se debía tratar de un puma o más probablemente de un jaguar, pero no encontramos ni rastro: fuera del estrecho sendero lodoso no hay lugar donde quede una huella evidente entre la hojarasca.

Huella de jaguar (Panthera onca) en la Reserva Itapoa. Esmeraldas, Ecuador. Jaguar (Panthera onca) footprint in Itapoa Reserve. Esmeraldas, Ecuador

Huella de jaguar (Panthera onca) en la Reserva Itapoa. Esmeraldas, Ecuador. Jaguar (Panthera onca) footprint in Itapoa Reserve. Esmeraldas, Ecuador

Siguiendo arriba por el sendero encontramos más puntos donde el supuesto gran felino, que me debía estar vigilando a 2 m escasos de distancia, había marcado territorio.
También olemos a pecarí y vemos el terreno removido muy recientemente, pues 1h antes, a la ida, no lo estaba y se habían borrado nuestras huellas. Seguramente la pareja de grandes felinos los habían estado siguiendo.
Aunque la experiencia ha sido muy emocionante no podemos afirmar de qué se trataba sin haber encontrado huellas y sólo viendo unas sombras que desaparecen en la espesura.
Al final de la cuesta alcanzamos a Moni que, sola y sentada sobre un tocón se arrepentía de haber huido: ya se imaginaba al gran felino al acecho, acercándose sigilosamente a ella y sin poderlo ver.