Monica Maini y raíces tabulares de un árbol. Sendero largo en las inmediaciones de la guardianía Tambococha del Parque Nacional Yasuní, río Yasuní (Orellana, Ecuador). Monica Maini and wall roots. Path near Tambococha control, Yasuni National Park (Orellana, Ecuador)

Monica preparada para subirse a un árbol. Monica ready to climb a tree

Los gruñidos estaban cada vez más cerca pero no las podíamos ver. Por la bulla del pisoteo, el chasquear de los dientes, el ruido de las ramas rotas e incluso su penetrante olor parecían decenas, si no cientos. El guardaparques nos dijo que nos subiéramos a un árbol, que eran muy agresivas.

Uno, en la selva, se puede imaginar ciertos peligros aparentemente evidentes: jaguares, anacondas y caimanes son grandes depredadores pero el ataque a humanos es anecdótico. Más peligrosas son aquellas amenazas pequeñas o incluso invisibles como los parásitos, el candirú (un pez que puede introducirse por la uretra) o las congas (hormigas cuya mordedura resulta extremadamente dolorosa).

Pero, ¿las huanganas? Nunca había oído hablar de ellas.

La huangana o pecarí de labio blanco (Tayassu pecari) es un mamífero artiodáctilo de la familia de los tayasuidos, familia muy cercana a la de los cerdos y jabalíes. Los individuos adultos pesan entre 35 y 50 kg, forman grupos de 50 a 300 individuos o más y viven en bosques tropicales y subtropicales tanto del oriente como del occidente ecuatoriano. Su carne es muy apreciada por las comunidades de la selva, como los waoranis. Se dice que es un animal extremadamente agresivo y que ataca a los humanos en grupo cuando los ve muy cerca, mordiendo con sus afilados colmillos. Pero esto parece más un mito que una realidad. Personas que conocen más en profundidad a este animal me comentan que los ataques son muy raros y que es suficiente con retroceder un poco para dejar nuestro olor impregnado alrededor: si lo detectan ésto las haría cambiar de ruta.

Después de unos minutos subido a un árbol me lamenté de no haberlas visto. Al final la selva del Parque Nacional Yasuní me parece mucho más un paraíso que no un infierno.

Valentí Zapater