Lo primero que me sorprendió al llegar a Quito fue la circulación: ordenada y poco caótica. Es cierto que se forman atascos a las horas punta, pero no son exageradas. Contribuyen dos hecos: el “pico y placa” y el transporte público. El “pico y placa” es la restricción que se hace a las horas punta en función de la matrícula. Los quiteños comentan que la aplicación de esta norma ha mejorado mucho la circulación. El transporte público es, en parte, similar a muchos lugares de Sudamérica: multitud de autobuses de todos los colores y tamaños con alguien colgando de la puerta abierta y voceando los destinos. Realmente me cuesta mucho acostumbrarme estando acostumbrado, como barcelonés, a las líneas con numeración y destino bien indicado en las paradas.

Parada "La Y" del Trolebús de Quito. "La Y" trolley stop in Quito

Parada «La Y» del Trolebús de Quito. «La Y» trolley stop in Quito

Pero lo que marca realmente la diferencia en Quito son las 4 líneas de autobuses con carril exclusivo y cerrado por un bordillo bien alto: Metrobus, Ecovía, Trolebus (eléctrico con catenaria) y Suroriente. Son como un metro en superficie: autobuses largos separados entre sí por pocos minutos y con adenes de acceso donde es imprescindible pagar para entrar ($0,25). Como Quito es una ciudad estrecha y alargada (40 km) las líneas, que circulan en paralelo por las grades avenidas, permiten un acceso fácil y muy rápido a gran parte de la ciudad. Incluso en el centro histórico circulan por calles de un solo carril, exclusivas. Aquí Barcelona tiene alguna cosa para aprender, no ha habido nunca la valentía de sacrificar suficientemente el transpote privado en beneficio del público.

Parada "La Y" del Trolebús de Quito. "La Y" trolley stop in Quito

Parada «La Y» del Trolebús de Quito. «La Y» trolley stop in Quito

Por otra parte el carril bici en Quito está poco desarrollado. Pero como mínimo existe en el sector Norte más cercano al centro, básicamente en la avenida Amazonas y alrededores. En el resto de la ciudad es complicado ir en bicicleta, por no decir que es un suicidio. Como opción menos arriesgada algunos optan por circlar por el carril exclusivo del bus, en contra dirección, para ver cuando viene y apartarse (si es que no viene otro bus por detrás en el carril correcto). El domingo, en cambio, es un día especial: se puede circular en bicicleta de punta a punta de Quito gracias a una serie de avenidas que quedan cerradas a los vehículos a motor. Y así es, miles de quiteños salen a la calle, ansiosos por circular por una ciudad, en parte, libre de coches y más segura.

Para nada me extraña esta multitud de ciclistas. Una de las cosas que más me molestan es el humos de los autobuses: van siempre con el pedal a fondo, compitiendo entre ellos y exhalando una humareda muy desagradable.

Pero pasemos a cuestiones más sabrosas. Es un placer bajar a la frutería de la esquina y llenar la bolsa de piña, plátanos, maracuyá, mango, papaya, aguacate, fresas, granadilla, tomate de árbol, chirimoya, guanábana, guayaba, naranjilla… Y todavía más disfrutarlas durante el desayuna, en forma de zumo o a mordiscos: el gusto no tiene nada que ver con la fruta tropical que encontraba en Catalunya. La hora del almuerzo es el momento ideal para comer en la infinidad de lugares populares donde, por $1,5-2,0 se puede comer un tazón de sopa variada y generalmente condimentada con cilantro fresco, un jugo de fruta y un buen plato donde nunca falta el arroz, acompañado de un poco de carne y una guarnición variada donde se pueden encontrar verduras, legumbres, ensalada, patatas, etc. Y al lado siempre hay un platito con ají bien picante para condimentarlo todo.

¡Muy pero que muy bueno, pero echo de menos un buen aceite de oliva y el queso!

Valentí Zapater