Playa Dorada. Fina arena de un color como no había visto nunca. Hoy, todavía más intenso por la llovizna. Muy de cerca, minúsculos trozos de conchas y arrecifes mezclados con la arenisca de los acantilados de la zona. Una playa virgen con un torrente que llega de la montaña, al sur de Salango, y forma una laguna litoral separada del océano por una barra de arena con vegetación dunar incipiente. Y la playa en sentido estricto con arena lisa, sin huella alguna. Como la nieve virgen en la montaña.

Excepto a la altura del torrente la playa es estrecha y queda cubierta por la marea alta que llega hasta los acantilados que la cierran. La idílica playa de los Frailes del Parque Nacional Machalilla, pocos quilómetros al norte de Puerto López, es la playa perfecta, en forma de media luna y protegida de la furia del océano. Playa Dorada no. Está totalmente abierta y las olas chocan con estrépito contra islotes, rocas y acantilados prismáticos y tabulares, forma debida a la erosión de los estratos perfectamente horizontales.

Ahora la marea debe estar a media altura y subiendo. Busco un momento de olas menos fuertes y echo a correr para atravesar un tramo muy estrecho de playa pero tengo que volver precipitadamente, pues el tramo es más largo de lo que me pensaba y las olas me alcanzarían. Raúl, Moni y yo estudiamos, como los surfistas, los ciclos de las olas para aprovechar, al contrario que ellos, el momento más bajo para pasar, ya descalzos y sin problemas, al otro extremo de la playa. Contemplamos sus formas y colores extasiados. Si cabe esta parte es más salvaje todavía, con los acantilados oscuros en contraste con la arena dorada.

Tenemos que volver ya, la marea está subiendo y nos quedaríamos atrapados en este rincón a merced de las olas. Rincón bello pero salvaje donde el océano Pacífico demuestra toda su fuerza.

Valentí Zapater