Echo de menos despertarme con el sonido del gran tinamú (Tinamus major). Siempre sonaba puntualmente a las 5 de la mañana, tan exótico y especial. Me levantaba silenciosamente y subía las escaleras hasta el observatorio que Raúl, propietario de la reserva Itapoa, tiene montado en la parte de arriba de la casa. Si él no estaba no tardaba mucho en llegar. Juntos, en silencio, observábamos como despuntaba el día y como empezaba la rítmica sucesión de cantos de aves, uno tras otro, cada especie a su hora, cada mañana igual pero diferente a causa de la gran biodiversidad de la zona. Algunos sólo los escuchábamos, otros también los llegábamos a observar.
Hace unas semanas que esperaba que este momento llegara pronto, antes de fin de año. Estaba muy ansioso por volver. Pero notaba que algo no encajaba, como si los engranajes estuvieran llenos de un aceite muy sucio y denso. Al final lo he visto: no me tengo que ir a vivir a Ecuador. Poco apoco los engranajes han empezado a moverse suavemente, sin ruidos estridentes, y todo ha empezado a encajar.
Ir a vivir a otro país sin contrato de trabajo es un reto. Es como volver a empezar. Como cuando decidí ser fotógrafo. Hacer nuevos contactos y buscar nuevos proyectos. Se tarda unos años en llegar a una situación más o menos estable. Pero si no se prueba no se sabe. Y así lo he hecho y he visto, después de un tiempo, que el proyecto no encajaba con la vida familiar.
No han sido cuestiones profesionales, no. Por suerte la decisión ha servido para consolidar los proyectos más importantes en Ecuador y descartar aquellos que no iban por buen camino. Ahora tengo más fuerza que nunca para impulsar estos proyectos que me permitirán viajar a Ecuador de vez en cuando y disfrutar del país con mis amigos. Y tener claro que las cosas pueden cambiar de un día para otro.
Más importante todavía ha sido el camino recorrido, lleno de curvas cerradas y cruces escondidos. Por suerte he podido circular a una velocidad prudente, disfrutando de los paisajes, dejando cosas atrás y descubriendo y recuperando otras nuevas. He aprendido a vivir con poco y permitirme cambios que de otra forma hubiera sido imposible hacerlos. He desenterrado valores que tenía miedo que salieran a flote. Y he recuperado muchas horas de observación de fauna, como en los viejos tiempos. Todo ello me da mucha energía para seguir adelante.
Echo de menos aquellas tardes en la selva de la Sierra de Canandé. Iba oscureciendo y poco a poco se borraba la imagen de la última especie nueva de ave que añadíamos a la lista de las que se habían visto hasta el momento en la Reserva Itapoa. El cielo, entre las copas de los gigantescos árboles, pasaba de azul a lila oscuro y contrastaba con el naranja de nuestras caras iluminadas por el fuego. La mirada, la mente y el alma se perdían entre la vegetación y no querían salir de aquel paraíso, una de las últimas selvas lluviosas tropicales del Pacífico americano.
Bienvenido a casa 🙂
¡Gracias Nati!