Texto: David Biller. Fotos: Valentí Zapater. (Ir a la primera entrada o bien al índice)
If you want to read it in English see below.
En el artículo escribí acerca de cómo las mujeres de Kawymeno nos borraron de la cancha de fútbol. Una cosa que no llegué a incluir fue el momento en que los hombres regresaron de la caza con sus largas lanzas de más tres metros descansando sobre sus anchos hombros. Miré sus rostros con atención para detectar cualquier sorpresa (o, peor aún, enojo) ante nuestra presencia. No sólo ni se inmutaron sino que nos ignoraron por completo y continuó el partido de fútbol. Un torrencial aguacero azotó al techo de hojalata, y bebí el agua que caía de él para saciar mi sed. Jugamos al fútbol hasta el anochecer.
Fue día de elecciones, por lo que algunas personas habían llegado en barco desde otras comunidades remotas a votar. La rara interacción con sus vecinos, más el hecho de que se celebró la unión de una pareja, fue motivo para encender el generador, iluminar la cancha de fútbol y hacer una fiesta. Los jóvenes de Kawymeno cantaron y marcharon en círculo con los brazos sobre los hombros de los demás. El más alto y fuerte estaba en el centro y caminaba con pasos pequeños e indecisos. Los más pequeños se perseguían los unos a los otros y orbitaban alrededor del grupo, a veces entrando y lanzando un brazo esmirriado sobre sus hombros. Fue el nacimiento de vínculos fraternales. A continuación hay un audio de la selva en la orilla del río y el canto de los Waorani en la distancia:
[soundcloud url=»https://soundcloud.com/davidbiller/chanting-from-the-riverbank»]
La grabación siguiente es de más cerca todavía. Me puse al lado de una muchacha, Ove, quien jugaba como portero en el partido de fútbol anterior (y quien paró todos mis tiros). Creo que ella misma se había apartado, ya que la celebración de esa noche también debería haber sido por su unión con un chico. Los ancianos les habían emparejado juntos ese día, pero ella se negó. No fue por el chico elegido, sino porque ella todavía no quería casarse, primero quería terminar sus estudios. Creo que apreció tener a alguien con quien hablar y sentarse con ella.
[soundcloud url=»https://soundcloud.com/davidbiller/chanting-from-the-bench»]
Cuando volvimos a la cancha después de la cena, la piña de hombres ya no avanzaba a pasos cortos y ordenados, sino que era bastante inestable. La chicha les pegaba duro y nosotros también empezamos a sorber esa cosa horrible.
Los hombres también nos trajeron a sus esposas para que pudiéramos bailar con ellas. Pasamos la noche bailando con sus esposas, una tras otra. Para nosotros, como huéspedes, fueron muy amables de su parte, aunque fue un poco raro.
Nuestra gasolina mantuvo el generador y la fiesta durante más tiempo de lo que habría sido de otra manera. Bebimos y bailamos hasta la medianoche, cuando el generador se paró después de resoplar y el zumbido de la selva volvió a surgir. Volvimos a nuestra pequeña cabaña y nos metimos en nuestros sacos de dormir. Por la mañana, nos tomamos el desayuno y pronto nos fuimos río abajo.
A continuación hay una grabación del río Yasuní mientras remábamos a través de la fina lluvia.
[soundcloud url=»https://soundcloud.com/davidbiller/rio-yasuni-rain»]
Cuando llegamos a la guardianía, Saúl y Zancudo vieron a Pedro desde el agua, negándose en un primer momento a desembarcar. Los Waorani han tejido profundas estructuras familiares (Saúl, por ejemplo, es sobrino del Zancudo) y son conocidos por sus luchas tribales en el pasado. Lo más importante para ellos es la familia y la confianza.
Señalé a Pedro y le pregunté a Saúl. «¿Le conoces?»
Saúl continuó mirando sospechosamente a Pedro y luego dijo: «Creo que estamos emparentados por parte de mi madre.»
«¿Por parte de tu madre?» Repetí.
«Sí …» dijo, y se detuvo de nuevo durante un instante. «Es de la familia», se decidió finalmente. Sólo entonces le dijo a Saúl que saliera de la embarcación, pero él y Pedro no intercambiaron una sola palabra durante toda la noche que pasamos juntos.
Continúa en La selva (3a parte).
Words: David Biller. Photography: Valentí Zapater. (Go to the first post or to the index)
Si quieres leerlo en castellano ves más arriba.
In the article, I wrote about Kawymeno’s women obliterating us in soccer. One thing I didn’t get to include was the moment the men returned from the hunt with their eight-foot long spears resting on their broad shoulders. I watched their faces carefully for any surprise (or, worse, anger) at our presence. They registered nothing, instead ignoring us completely, and soccer continued. A torrential downpour thrashed the tin roof, and I drank its runoff to quench my thirst. We played soccer until dark.
It was an election day, so some people had come by boat from other remote communities to vote. The rare interaction with their neighbors, plus the fact that one couple was «united,» was cause to fire up the generator, illuminate the soccer court, and have a party. The young Kawymeno men chanted and marched in a circle with their arms over each others’ shoulders. The tallest and strongest were in the middle and marched with little stutter steps. Smaller boys chased each other and orbited around the huddle, at times darting in and throwing a skinny arm up onto their shoulders. It was the forging of brotherly bonds, put to motion. Below is audio of the jungle by the riverbank and the Waorani chanting in the distance:
[soundcloud url=»https://soundcloud.com/davidbiller/chanting-from-the-riverbank»]
The recording below is even closer. I had come upon the girl, Ove, who played goalie in the soccer game earlier (and who stopped all of my shots). I think she had been off by herself, because the celebration that night also should also have been for her union with a boy. The elders had paired them together that day, but she declined. It wasn’t because of the boy chosen, but because she didn’t yet want to marry; she first wanted to finish her studies. I think she appreciated having someone to talk to and sit with.
[soundcloud url=»https://soundcloud.com/davidbiller/chanting-from-the-bench»]
When we returned to the court after dinner, the men’s huddle no longer advanced with short and ordered steps, but instead was rather wobbly. The chicha was hitting them hard, and we started slurping down that foul stuff, too.
The men also brought their wives over to Dan and I, so that we could dance with them. We spent the night dancing with one man’s wife after another. It was very gracious of them as hosts, if a little weird.
Our gasoline kept the generator, and the party, going longer than it otherwise would’ve. We drank and danced ‘til midnight, when the generator sputtered to a stop and the hum of the jungle reemerged. We went back to our little cabin and crawled into our sleeping bags. In the morning, we ate breakfast and soon got moving down the river.
Below’s a recording of the Yasuni river while we paddled through the light rain.
[soundcloud url=»https://soundcloud.com/davidbiller/rio-yasuni-rain»]
When we reached the guard post, Saul and Zancudo watched Pedro from the water, refusing at first to disembark. The Waorani have extremely interwoven family structures (Saul, for example, was Zancudo’s nephew,) and are notorious for their past tribal feuds. The most important thing to them is family and trust.
I pointed to Pedro, then asked Saul. «Do you know him?» I asked.
Saul continued to eyeing Pedro suspiciously, then said, «I think we’re related on my mom’s side.»
«Your Mom’s side?» I repeated.
«Yes…» he said, then paused again for a bit. «He’s family,» he finally decided. Only then did Saul get out of the boat, but he and Pedro didn’t exchange a word the entire night we spent together.
It continues at The jungle (3rd part).
¡Qué bien! Siento nostalgia por Kawymeno. Como médico yo compartí en Kawymeno con los waorani durante varios meses: octubre 2004 a febrero 2007, brindaba mi contingente como profesional 1 semana consecutiva cada mes, tenía allí una especie de centro médico con medicamentos y otras pocas cosas que realmente me permitían ayudarles. Allí conocí a Kai Imana Aiwa, legendario gerrero y jefe de ese grupo de Kawymeno; a sus hijos Yakata, Gabamo -quien estudiaba leyes a distancia y se perfilaba como sucesor del Kai pese a que realmente tal derecho lo tendría su hermano mayor cuyo nombre no recuerdo en este momento, este era muy reservado- , conocí a Saúl; (que se menciona aquí) que no tiene muchos rasgos de waorani pero sí sus costumbres y lenguaje fluido a quien quisieron hacer casar con Omenkiere pero ella rehusó hacerlo . Son muy orgullosos por su condición de guerreros. Parecen muy mansos pero no lo son, les enseñan a no tener miedo, no les reprimen a sus hijos cuando lastiman a alguien. Había allí un profesor, Jack Jaramillo, era «cuguri» (cuguri significa «extrajero», «de afuera» o «chupa sangre», es realmente un término despectivo, de menosprecio y es aplicado a todo aquel que no es de raza waorani) «wao» (wao significa hombre)
Recuerdo a mujeres wao como Yaye, Boika, Omenkiere, Obe, Men-hanita, etc.
Actitudes que nos parecen extrañas son muy entendibles cuando se llega a conocerles; ellos ríen, lloran, se regocijan, se enojan, tiene ilusiones, hablan elocuentemente en su idioma (wao terero) no son diferentes de nosotros.
Recuerdo que aprendí a dar consulta totalmente en wao; me sentí privilegiado cuando ellos me permitieron entrar en sus vidas, compartir con ellos y conocerles.
Gobopa (adiós); Guáponi (hola); boto (yo); bito (tú); tomen-a (él o ella); monito (nosotros); minito (ustedes); tomen-ane (ellos o ellas); biimo= pastilla («semilla»); mi-imo= corazón; okabo (cabeza); tenkontai awemparo (siéntese en esa banca); bito emo-o ( cuál es su nombre); boto emo-o Boris (yo me llamo Boris); ba-ane (mañana); tekebeka (medio día); gaguareke (tarde); aruki (uno); mea (dos); mea go aruki (tres: o sea, 1 y 2); mea go mea (cuatro: o sea 2 y 2); emempoke (cinco); emempoke go aruki (seis: 5 y 1); emempoke go mea (siete: 5 y 2); etc.; tipenpuga (diez); tipenwá (20); bakú (muchísimos, en cuanto cantidad); nan-i (muchísimo, en cuanto a calidad); Bito imite nan-i ponemopa ( te quiero muchísimo); etc, etc.
Ahora sí, gobopa
¡Qué interesante Boris, gracias por tu aportación! Debió ser formidable poder compartir con ellos sus vidas, ni que fuera una semana al mes. Estoy seguro que dar la consulta en wao te permitió acercarte muchísimo a ellos.
Boris… comparto contigo lo apasionante de la cultura woaorani… Convivo y trabajo cerca de ellos. Veo como sus costumbres son muy susceptibles al cambio que atraviesa el mundo. Niños que se vuelven jóvenes ya perdieron la esencia de un Kai Imana Aiwa o un Bainca… Verlos atrapados en nuevas tecnologías y cambios continuos de nuestro medio, hacen pensar que lo bueno en la selva se quedo…
Mark