Texto: David Biller. Fotos: Valentí Zapater. (Ir al índice)
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Cuando nos alejamos del muelle el barco estaba tan cargado – 66 pasajeros como sardinas enlatadas, en medio de equipaje, comida, gasolina, agua potable y sacos con gallinas vivas – que la borda estaba sólo a 15 cm del agua. Las olas de los barcos que pasaban, una detrás de otra, iban bañando y empapando nuestras espaldas. Pero yo estaba entusiasmado. Hubo momentos, después de haber viajado a América del Sur, que tenía serias dudas de si alguna vez zarparía en este barco.
Pero volvamos atrás. Había hablado anteriormente y en varias ocasiones con el director regional del Ministerio de Medio Ambiente del Ecuador, y él me aseguró que obtener un permiso como periodista para entrar en el Parque Yasuní era pan comido: presentarse, rellenar unos papeles y… ¡listo! Estaba en Cali, Colombia, dos días antes de la fecha de nuestro viaje por el río Napo, cuando me echó un jarro de agua fría: el permiso requiere un depósito de $500 en una cuenta bancaria junto con una garantía de $2.500. Esto estaba fuera de nuestro presupuesto. Además no es necesario decir que no esperábamos que se nos devolviera la garantía. Más allá de eso estaba la cuestión moral: parecía algo así como extorsión, por lo que mi fotógrafo, Valentí Zapater, seguro que se iba a rajar si tuviéramos que pagar eso, y yo estaría bastante de acuerdo.
Esto hizo que los preparativos se convirtieran en un frenesí. Mi amigo Dan y yo cogimos un bus con destino a Quito, con la esperanza de resolver este problema sobre la marcha. Llegamos al hotel muy tarde, y vimos la noticia de la muerte de Osama bin Laden en un televisor de 13 pulgadas que hacía un zumbido horrible. Escuchar esa noticia en Quito parecía como de otro planeta, pero era difícil no ser arrastrado por la emoción. Después de dormir unas pocas horas y bien tempranito, me puse a trabajar. En última instancia tengo mis contactos en el Ministerio del Patrimonio para que intervengan a mi favor y conseguir una exención de la tasa oficial. Pero todavía tenía que coger un vuelo de última hora hacia El Coca para estar en la oficina de la Consejería de Medio Ambiente cuando llegara la exención, en lugar de tomar el autobús como estaba previsto.
Continúa en Cómo llegar a ITT (2ª parte).
Words: David Biller. Photography: Valentí Zapater. (Go to the index)
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When we pulled out of the dock, our skinny boat was loaded so heavy – with 66 passengers sitting cheek-to-jowl amid their luggage, food, gasoline, drinking water and bags of live poultry – that the gunwales were just six inches off the water. Waves from passing boats regularly washed over and soaked our backs. But I was exuberant. There were times, after having flown to South America, that I seriously doubted whether I would ever make it onto this boat.
Let me go back. I had spoken to the Ecuadorian environment ministry’s regional director repeatedly in the months beforehand, and he assured me it was easy-peasy to get the journalist’s permit to enter Yasuní Park: show up, fill out some paperwork, good to go. I was in Cali, Colombia two days before the date of our trip down the Napo River when he dropped a bomb on me: the permit would require a US$500 deposit into a bank account along with a US$2,500 guarantee. This was just a tad out of our budget, and suffice it to say I wouldn’t’ve expected to see that guarantee returned. Beyond that was the moral issue: it seemed rather like extortion, so my photog, Valentí Zapater, was certainly going to bail if we had to pay that, and I was pretty much in agreement.
This threw our entire pre-expedition into a frenzy. My buddy Dan and I boarded a bus bound for Quito, hoping to resolve this problem on the ground. We arrived to the hotel very late, and watched news of Osama bin Laden’s death on a fizzling 13-inch screen. It seemed otherworldly to get that news in Quito, but it was hard not to get swept up in the emotion. Up bright and early after a few hours sleep, I set to work. Ultimately I got my contacts at the Heritage Ministry to intervene on my behalf for an official exemption from the fee. But I still had to hop a last-minute flight to Coca so I could be at the regional environment ministry’s office when their exemption came through, instead of taking the bus as planned.
It continues at Getting to ITT (2nd part).
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