Esta película de animación se sitúa en un pueblo de México durante el día de muertos. Según dicha tradición, es el momento en que los seres queridos difuntos nos visitan. En este contexto vive Miguel Rivera, un niño de 12 años hijo de una familia de varias generaciones de zapateros en la que la música está vetada desde que su bisabuela, Coco, era una niña. Miguel, en cambio, ama la música. Si los muertos nos visitan ese día siguiendo un camino de pétalos de cempasúchil (Tagetes erecta), Miguel, sin quererlo, hace el camino inverso. Es entonces cuando vive sus aventuras en el mundo de los muertos, quienes esperan con ansia que los vivos nos acordemos de ellos y coloquemos una fotografía suya en el altar: es la única forma en la que obtienen el pasaporte para visitarnos.

En todo este entorno se desarrolla la película, que trata con suma delicadeza y con una profundidad nunca vista el final de la vida, el duelo, las creencias limitantes de las familias y lo que queda finalmente de nuestros seres queridos difuntos. Todo ello es una bellísima forma de presentar, tanto a niños como a adultos, el poder y la importancia del recuerdo y de las imágenes. Los seres queridos que murieron están con nosotros, en nuestro corazón, en nuestro interior, mientras haya recuerdo. De hecho, en la película, los muertos desaparecen definitivamente de su mundo cuando ya nadie los recuerda en el mundo de los vivos. Es la muerte de los muertos en el mundo de los muertos. Es la muerte final.
En el mundo de los vivos sabemos que uno de los últimos sentidos que se pierden es el de la audición. De ahí la importancia de hablar a un moribundo aunque parezca que no nos escuche. O ponerle música. La música, algo transversal en la película que al final produce un desenlace importante en alguien que está en el proceso de final de vida. Un desenlace relacionado con los recuerdos y con las cuestiones importantes a resolver que preocupan a los moribundos. La profusión de detalles sutiles de la película es tal que se necesitaría verla varias veces para captarlos, uno por uno.
Por cierto, quien quiera algo macabro, aburrido o triste y no apto para toda la familia saldrá absolutamente decepcionado. Porque Coco es, sin duda, una oda a la vida donde las lágrimas solo acechan al final de la película.