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Explico historias de vida, aventuras transformadoras de la exploración de mí mismo y de mi entorno

Un libro mágico

Estaba quemado. Me sentía como un títere más para aparentar que la naturaleza importaba y ya no veía futuro después de 8 años de técnico de medio ambiente. ¿Qué podía hacer? Mi sueldo era suficientemente bueno para llevar la vida que quería: después del trabajo, todo giraba alrededor de la próxima exploración espeleológica. Era aquella afición que me permitió empezar una vida nueva con 17 años, cuando volé del nido, de la protección (excesiva, para mi gusto) de mi familia. ¡Dormir fuera de casa, sin dar explicaciones! Dormir con las estrellas como techo, al lado de aquella cueva que parecía no tener fondo y que exploraríamos durante el día siguiente. Entrar en un mundo desconocido, en lugares que ningún ser humano había pisado hasta entonces.

Pero volvía a sentir que me faltaba algo. ¿Qué escogía? ¿La estabilidad o la incertidumbre? Y entonces apareció aquel libro. Lo devoré y dejé una pequeña nota, escondida entre las páginas, que fijaba un objetivo: publicar en National Geographic en 10 años. Era el mes de abril de 1997. Tres meses después dejaba la ingeniería de medio ambiente, siguiendo lo que me decía el corazón. Y me compré una cámara fotográfica, la mítica Nikon FM2, para retomar mi afición por la fotografía. Dediqué el resto de año a hacer lo que más me gustaba: la espeleología, ahora con la cámara encima.

Fotografiar las entrañas de la tierra

Un cartel, aquel invierno de 1997, acabó de dar el giro a mi vida: “Curso de fotografía subterránea”. Lo daba un fotógrafo que fue un referente para mí. Viajaba por el mundo con su cámara para documentar la naturaleza, bajo y sobre tierra. Empecé a ayudarlo y poco después me proponía participar como fotógrafo en un proyecto. Pero un conflicto nos separó. Mis ilusiones se hicieron añicos de un día para otro. Yo ya había empezado a poner los cimientos de mi carrera como fotógrafo de naturaleza y aventura, y una amiga me había presentado el fotógrafo Jordi Vidal. Me había recomendado que no me metiera en aquel difícil y ruinoso oficio, pero no le hice caso y siempre me ha ayudado y, todavía hoy, aprendo de él.

Yo iba trazando mi camino, y los reportajes de exploraciones espeleológicas me parecían algo adecuado para la revista National Geographic. Así que los fui presentado junto con otros temas. Pero ni la épica exploración de la torca del Cerro del Cuevón, una de las cavidades más profundas del mundo, les acabó de convencer. Uno tras de otro, los reportajes eran rechazados.

Un nuevo camino inca

En aquella época eramos muy pocos los fotógrafos que documentábamos estas expediciones. Y nos conocían en los círculos espeleológicos. Gracias a ello, el año 2007 volé hasta Perú para colaborar, como fotógrafo y espeleólogo, en las expediciones de la asociación Ukhupacha, que acerca a los investigadores a lugares de difícil acceso. Fueron tres años de expediciones. Después de la primera recordé aquel trozo de papel abandonado entre las páginas de un libro: el resultado de mi trabajo fotográfico sobre el descubrimiento de un nuevo camino inca en Machu Picchu, se había publicado en el número de abril de 2008 de la revista National Geographic (edición española). Aquello fue el fruto de la determinación, la constancia, el trabajo y un objetivo claro escondido dentro de mí, como en las páginas de un libro. Once años después de la nota escondida. Finalmente había aprendido a explicar historias con la cámara.

La caída al pozo

Pero llegó la crisis. La crisis del 2008, la revolución de la fotografía digital, los nuevos bancos de imágenes y la caída de los precios. También empecé una nueva e ilusionante vida en Ecuador que no acabó de cuajar, volví aquí y recomencé, recuperando clientes en un momento muy difícil, en 2011. Más de una vez me había imaginado lanzando todo el equipo fotográfico al fondo de un pozo sin fondo. Un montón de dificultades y cambios de rumbo que me llevaron a años de interiorización y reflexión para sentirme y encontrarme a mí mismo. Para conocerme. A todo esto añado la paternidad, la aventura más grande de mi vida, aquello que lo puso todo patas arriba. Lo que me impulsó, por narices, a profundizar en las respuestas de quién soy y qué hago aquí. La otra opción era morir en vida.

En este proceso, y desde 2011, he conectado con proyectos de transformación social que ponen las personas en el centro. He dejado atrás la queja y he pasado a la acción para cambiar aquello que está en mis manos. Empezando por aceptarme y crecer como persona.

La aventura de la muerte y de la vida

Y así llegó el año 2016, cuando viví 6 funerales en 6 meses. En vez de hundirme, la vivencia me enseñó que alrededor del final de la vida y la muerte hay necesidades básicas que no están cubiertas. Y pasé a la acción. Así nació el proyecto de Som Provisionals.

La exploración de las profundidades de la muerte (y ya no de la tierra) me llevó, también, a participar activamente en la idea y la producción del cuaderno nº 55 de la revista Opcions, “La buena muerte”, el más vendido hasta la fecha. Había estado a punto de abandonar la fotografía. Y no lo hice, ya que es una herramienta más que necesito para expresarme y para explicar el mundo.

Pero no es la única. En este camino me he dado cuenta de la importancia que tiene para mí escribir. Desde mis notas de viaje y expediciones hasta los primeros encargos fotográficos, que también lo eran de texto, pasando por mi diario.

Más allá de esto, el texto, la fotografía y la voz son medios para comunicar aquello que vivo, aquello que me mueve y aquello que puede transformar a otros y serlos útil. Y la espeleología, el ciclismo o el alpinismo son herramientas para conocer y disfrutar de la naturaleza que me rodea.

Al fin y al cabo explico historias de vida, aventuras transformadoras de la exploración de mí mismo y de mi entorno.